De gestos y memorias: de lo que ‘carga’ arrastra

De gestos y memorias: de lo que ‘carga’ arrastra
barbaromiyares  Por Bárbaro Miyares

Loreta Visic1 Loreta Visic2
… de cuando la idea deviene sentido. La casa. De Loreta Visic tenemos (nos ha llegado) la memoria de “Laundryhouse”, instalación (¿intervención?) realizada para la Bienal de Louvain-la-Neuve en el 2000: la estructura de una casa, según los prototipos de la zona, cuyas paredes fueron íntegramente construidas con prendas de vestir, tal cual las tendederas habituales. Aquella casa —de simbolización— de abrogación, pues se ha pretendido una sustitución esencial, fue una especie de ruptura con su posicionamiento anterior, una explosiva re-valorización de su idea de entorno domestico y social; una ruptura, emocional y poéticamente positiva con la noción de catástrofe de lo domestico y de su singularidad dramática. Antes que “Laundryhouse”, la obra de Loreta Visic oscilaba entre unos referentes críticos extraídos de los estándares del discurso dominante y la singularización de la idea del arte como posicionamiento crítico —tal vez irónico. Piénsese en sus reflexiones temáticas alusivas a ciertos ambientes familiares devenidos de la desprotección social, o en tanto consecuencia derivada de una cultura harto consumista y mediática y de su contraparte, la pobreza espiritual creciente: la casa resulta ser un infierno, la intimidad se vuelve constantemente una sofocación, las esposas y los niños están abocados a la violencia, la locura y el mal gusto. Piénsese en obras en las cuales Loreta hace un uso, en apariencia inocente, de imágenes referidas a una estabilidad supuesta en ambientes o círculos como el de los amigos y la familia, siendo, en fin, uno y otro el mismo ambiente y círculo: el jardín (Gravegarden, 1999), la niñez (Bear, 1999), el crucifijo, etc. Producciones. Imágenes cuya estabilidad aparente denuncia todo lo contrario, el terror asfixiante y el horror, tal cual el filo fino que proclama ironizando: ¡nada es lo que parece! … la casa publica/ acontecimiento real. Tras aquella casa, entonces variable y cambiante, radiante de color y de orden (la estructura permanece, sin embargo, los cambios de luz, temperatura, y la dirección del viento, permiten una visualización distinta, y si se quiere nueva, de la idea de la casa), la obra de Loreta adquiere un aspecto —mas que ambivalente, como una vez se dijo haciendo alusión a “Crucifix” (2001), en tanto resultaba problemática su clasificación genérica— vivaz, y si se quiere socializado, tal cual si la comprensión de lo común incluyera en ello lo diverso como lo que faltaba en sus cadenas enunciativas, y entonces, lo lúdico y lo participativo como fundamental. Una liberación implica liberaciones sucesivas; y en ello, como condición necesaria para esa sucesividad de aconteceres, ha tenido lugar la aparición de una forma interior, de una figura anticipada de la posible (ya) relación (memoria/ diversidad/ crítica/ presencia/comunidad) que se proyectará entonces como social o por lo menos, en esa primera línea de la enunciación, será tenido en cuanta como suelo espiritual. Con “Laundryhouse” como intervención publica, como acontecimiento real —y el arte publico en mas de una ocasión ha señalado esa senda que no solo rubrica lo artístico sino también su función activamente social y de puesta en común—, la posterior obra de Loreta empieza a estructurarse como ambientes (teatros de operaciones), como ocurre en “Carga” (2003), un poderoso conjunto, cuya disposición, casi escenográfica, incita a la pronunciación y por tanto a usar su espacio y entorno correspondiente como centro de la probable actuación, o en su caso como suelo social de implicaciones y de actividad….

de gestos y memorias: de lo que Carga arrastra. Aun en ello hay memoria y, por tanto, conservada y latente más de una presencia. En el entretejido, en los tensores que constituyen las prendas de vestir, esta el síntoma, se hace el primer síntoma —primer elemento en la cadena de ideación del drama domestico. Las ropas acotan y a su vez conectan unos momentos y otros en la obra de Loreta. Sin embargo, cosa sutil, esas mismas ropas producen tensión: tras la vivacidad de las coloraciones un hilo de dura ironía se extiende y, como en los viejos tiempos, critica. Nada de quietud, lo envolvente no es reposo ancestral. Entonces se me ocurre pensar que en “Carga”, esta obra última de Loreta, también sobrevuela melancólico el fantasma de “Laundryhouse”, pero esta vez ligero y, quizás, algo perverso. En ella (Carga), de ser cierto ese sobrevolar al que me he referido, se le confiere a la imagen un distinto alcance: es gestualidad, por cuanto se manifiesta como contraimagen de la quietud, la acción publica que la antecede y refiere directamente, en este caso “Laundryhouse”, sobreviene una y otra vez; y es memoria, a la vez que no omite, sino mas bien sublima su procedencia dramática.



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