En torno a la ilusoriedad

En torno a la ilusoriedad: cinco maneras del ver posible
  Por Bárbaro Miyares

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Los vivientes, nosotros —entidades de actividad constitutiva—, aposentados en ese, (éste) “entre” de serialismo mass-mediático que suponen las intensas transformaciones científico-técnicas, parecemos no estar conmocionados ante el filoso desequilibrio que, ya mismo, nos ha convertido en heridas, en figuras sin rostros y de ademanes falsos, en cuerpos sangrantes decapitados de subjetividad y utopía; parecemos no atisbar el progresivo deterioro de los modos de vida individuales y colectivos, la relación de vecindad reducida a la nada, cual novelada ceguera —teatral oscuridad—, hecha propia para olvidar al otro. Ya los ojos no miran, pues parecen no poder ver. La aprehensión de estímulos, la relación de la subjetividad con su exterioridad inmediata, aún siendo básica ésta condición del viviente, su función propia, redunda en el mismo sentir y viaje —dígase, ausencia de diferenciación de la estimulación, ausencia, entonces, de esa clandestinidad que estimula—, hacia, y ante, los mismos comportamientos resolutivos de la imagen que del “entre” se tiene, y por tanto, pretende representar.

Con matices, quizá como entredicho, cual cauta incitación al necesario volver a la autoposesión de la realidad propiamente dicha (suplantada por el igual ideal de standing) y a su reconstitutividad —pues al menos, entidades de esa actividad parece que somos—, los cinco proyectos albergados hasta hace unos pocos días en la Galería Luis Adelantado (Sala 1, Juan González; Sala 2, Bene Bergado; Sala 3, Joan Morey; Sala 4, Priscilla Monge; Sala 5, Omar Ureña) aludían de un modo u otro al problema de la ilusoriedad como sustitución macabra de la estimulación, como antifaz carnavalesco devenido de la estandarización de los usos (de su institucionalización corporativa), ante la atención inteligente, el gesto simple e individualizado, la complicidad y lo intimo, la poética pública y la mixtura diversa (a pie de barrio), y la contrapartida necesaria del ver posible y del decir concreto a otros niveles, con distinto sentido y en otras direcciones.

En uno u otro caso, pasiva o activamente, la reclusión de lo histórico como entredicho: antecesor y antecedente secundarizados, el dato que retrotrae asomándose rápido y luego enmascarándose —el uso temático del cuerpo (omar ureña, Sala 5) como pretensión analítica de la fetichización de la mirada urbana (si es que la hay) en torno a la figura del superhéroe y su connotación sexocultural: goce y dolor; el intexto marketinizado (joan morey, Sala 3), la mise en abyme, dicho cinematográficamente, moda(s) en la moda, imagen(es) en la imagen, música(s) en la música, y publicidad(es) en la publicidad como base utilitaria y reflexiva del sí mismo, del yo-imagen como posibilidad evidente de estandarización y objetivación de la envoltura corporal como criterio: ¿Soy como me proyecto ser? ¿Mi imagen y actitud guardan correspondencia con esa que se nos da como real? ¿Soy fetiche por fuera y humano por dentro?, tal vez incita a que nos preguntemos; crítica (prisilla monge Sala 4), pues la fuente histórico-artística Latinoamérica, versada en la unidad entre discurso artístico y compromiso sociopolítico, es su firme de edificación, enfatiza, fría por real denuncia e hiriente en su instancia poética, en la escenificación de un panorama cultural autocomplaciente, vulgarizado, y presto a la mimesis y vestidura de la indiferencia; la sucesividad antropoligizada (juan gonzález, Sala 1) y visionamiento de los lugares de desencuentro, de significación o distinción del tipo social o la clase por tanto del no-dialogo, de no-relación; las fantasías e hibridaciones (bene bergado, Sala 2), como ofrecimientos electivo y democratizantes hacia el espectador (“tratan, dice, un abanico de cuestiones lo suficientemente amplio para que el espectador elija entre una lectura más fantástica e irreal y otra lectura más abierta a interpretaciones subjetivas que tienen como telón de fondo algunas de las relaciones que establecemos con nuestro propio entorno”), cual si la esencia del viviente, el ser individuo constitutivo, no denotara por sí mismo el carácter de selectividad de lo elegido—; sin embargo y paradójicamente, esa reclusión en lo historizado, el asomarse rápido y enmascaramiento tácito, parece haberse entendido como igualdad posible o entidad de posibilidades, como hitos avistadores de una cierta clandestinidad que habría de devenir en estimulación, en decires irreverentes recuperadores de la perdida utopía, o en su caso, un modo cambiado de aprehensión de las cosas que a pesar de su aparente insignificancia redundaría, cual cambio esencial, en la transformación del carácter de la estimulación social. Dijo un sabio una vez –plenas sus palabras de la agudeza que sólo la vejez le había otorgado y con el filo irónico que sólo los muchos años habían convertido en rejuvenecimiento– refiriéndose a los modos de atemperamento de la realidad, que querer, desde luego, distaba en demasía de inteligir, pero además, con sentencioso desborde, que ni una cosa ni la otra ello constituían, sino meros, y como tales, momentos especificantes.



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