El reproductor de Duvier del Dago
El reproductor de Duvier del Dago
Por Bárbaro Miyares
De entre esas tantas cosas que en más de veinte años han sucedido en la Facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte de la Habana: Graduaciones múltiples, al estilo de cualquier otro centro universitario, del que han egresado lo mismo jóvenes de talento probado como también con una absoluta e irreversible desorientación; la coincidencia temporal “empeñados en un claro activismo pedagógico sobre la enseñanza del arte”, de los más importantes intelectuales y figuras del quehacer plástico cubano (Orlando Suárez, Adigio Benítez, Pilar Fernández, Nelson Domínguez, Luis Orlando Tajonera, Flavio Garciandia, Guadalupe Álvarez, Consuelo Castañeda, Eduardo Ponjuan, Gustavo Acosta, José Franco, René Francisco, Lazaro Saavedra, Magdalena Campos); las visitas de personajes de celebridad notoria y por ello distinguidas; los cursos de verano, orientados básicamente a estudiantes extranjeros; las becas de intercambio de alumnos y profesores con otros centros y universidades; las muchas deserciones de última hora, o anunciadas “quedadas”; las ventas y reventas, solapadas o consentidas, de obras y de las que casi llegaron a serlo: de las casi-obras; la puesta en práctica de renovadores proyectos de participación pedagógica; la construcción apresurada de una visión histórica y trascendente, aún cuando la inmediatez todavía no llegaba a rozar las puntas de las narices; el desvanecimiento de mas de una seudo-práctica, a priori entendida como discurso; las excelentes exposiciones, como alguna que otra de segundo planes o la del grupo puré; los intensos y largos juegos de béisbol, en los que ramón duporte matute, pozuma o agner domíguez, eran figuras claves; la fundición y ensamblaje de la estatua de Antonio Maceo, bautizada como “el Maceo de Quintanilla”; los comentarios mañaneros, y siempre de distinta boca, acerca de los amoríos rápidos y casi nunca repetidos, con aquella bondadosa pinareña, a la que por cariño y resuelta fama, le decíamos “la Brocha”; las poco serias prácticas de Konfú o Kárate, asesoradas por un fagotista nicaragüense, aunque de origen alemán; las fiestas junto a fuente del patio central, en absoluta oscuridad, a las que con más de una intención se invitaba prioritariamente a las estudiantes de ballet y danza; las carreras en desbandadas para ver a Lili Rentería tomar sus baños de sol en la piscina del edificio de rectorado; los talleres de crítica y las ávidas defensas de cuanto ejercicio de clase fuera posible defender; la llegada al instituto, venidos desde Holguín, de Alejandro Aguilera y Rovaldo Rodríguez, trayendo como armas las influencias de profesores como Cosme Proensa, Montero o Parra; la revista Albur, cuya artesanía y hechura jamás minimizó el carácter de foro inquietante y polémico de las plataformas teóricas y discursivas que por entonces cobijó en sus páginas; o la conga, dirigida al estilo santiaguero por Raúl Emmanuel (Pozuma), quien en uso de eso que llamamos propiedad intelectual o derecho de autor, y como un homenaje legítimo al grupo salsero japonés, la nombró “Tokio Cubans Pozuma”, y un larguísimo etc… hay una, de carácter reciente, cuyo antecedente más próximo, quizá el único, lo encontramos en la revista Albur, y que de sobras ha llamado mi atención, no sólo por su importancia como documento que acredita el estado y dirección del pensamiento que se cuece entre profesores y alumnos en la interioridad del Instituto, sino por lo que significa como vehículo divulgativo “no sólo tras las interminables verjas de la institución, sino también nacional e internacionalmente”, de la diversidad, contemporaneidad y riqueza, que define las nuevas prácticas visuales en el panorama cubano. Me refiero a dos publicaciones desarrolladas íntegramente en el Instituto Superior de Arte: la revista Cúpulas, una publicación trimestral dirigida por Pedro Ángel González, perfilada como una mirada amplificadora del entorno cultural e histórico cubano, que tras un significativo cambio de formato y diseño, ha continuado su andada con la puesta en circulación, y en conjuntos, de los números 11 y 12; y la revista Enem@, publicada por la Facultad de Artes Plásticas y bajo el control, casi férreo, de los propios estudiante de la facultad. enem@, que anda ya por el Nº 4, toma su nombre, incluso su dinámica y espíritu, del colectivo-proyecto, desarrollado y dirigido como plataforma pedagógica alternativa por Lázaro Saavedra, “un notable de los ochenta…” “como dice Ramón Cabrera, en su reseña referida a la actividad y prácticas del real colectivo Enem@, publicada en la edición Nº 4, antes mencionada” , y desde esa dinámica, espíritu, y hasta cierto punto irreverencia y alternatividad, diseña sus estrategias editoriales como problematizaciones “si así se quiere, pues su trazado ironiza, desmonta y descoloca estándares”, que involucran, como cómplices sorprendidos en ese hacer contributivo, a duchos, oficiosos, pseudos, y hasta doctores. Es, sin embargo, de la revista enem@, específicamente del Nº 4, y de la publicación en ella de una extensa obra de Duvier del Dago, “integrante del grupo dupp (Desde una pragmática pedagógica), dirigido siempre por el profesor René Francisco”, que quiero centren su atención, pero no preferentemente desde mí ejercicio divagativo, sino a través de la lectura de un texto escrito “leído de propia voz y para nosotros, allá, en su oficina de La Habana”, por Jorge Fernández, bajo el titulo de “el reproductor”, que a continuación les presento. el reproductor (Un texto de Jorge Fernández, leído en el Instituto Superior de Arte en su intervención en la defensa de la tesis de grado de Duvier del Dago) En uno de esos días en que me encontraba agobiado por el calor y por todos los rollos institucionales que me toca resolver, al llegar a mi oficina encontré entre periódicos y cartones un personaje que aunque al principio lo miré con cierto desdén, luego me dejó millones de interrogantes, instándome al diálogo con él. Inmediatamente después pensé ¿Cuantas horas de lectura pude haberme ahorrado, si hubiera conocido antes al Reproductor?
Luego vino mi encuentro con Duvier que se presenta como una suerte de interlocutor del Reproductor. De momento sufrí una gran confusión, no sabía cuál era el verdadero artista y cual era el falso. Rápidamente diseño una estrategia, debía apertrecharme con bastante información para poder atacar y salir con vida, al instante no vacilé en echarle mano a las Estrategias Fatales y la Seducción, de Jean Baudrillard, Un diálogo sobre el poder, de Michel Foucault, Después del fin del arte, de Arthur Dando, La Seducción, de Severo Sarduy, La diseminación, de Jacques Derrida, Originalidad y Mitos en las Vanguardias, de Rossalin Krauss, y por supuesto uno que no podía faltar “Mi filosofía de la A a la B”, de Andy Warhol. Todos estos títulos formaban en mi mesa una suerte de columna infinita al estilo de Brancusi. Mis contrincantes, quedaron impresionados, más cuando les dije que esas eran las principales referencias para las preguntas que debe hacer la oponencia. Sin embargo, fue la archiconocida canción de la Lupe, tan difundida por Pedro Almodóvar, la que me abrió los caminos con ese famoso estribillo “lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”. El Reproductor dignifica la autenticidad del comics y la historieta para adentrarnos en los problemas del arte contemporáneo. La realidad y la representación coexisten sin diferencias. Las experiencias son borradas porque el mundo contextual ha desaparecido. La cosa se ha convertido en la imagen que proyectamos de ella. El sujeto y el objeto se disuelven como en las ediciones on-line de formato digital. El Reproductor permite una visualidad matizada por la cúpula de información que habitamos, en él están presentes los nuevos estandars, donde se jerarquizan los significados. Ya no se trata de encontrarnos, como en los tiempos de Walter Benjamin, un artista productor. El autor adopta la forma del ventrílocuo, no produce símbolos porque el mismo es el símbolo. El ser y el estar se expresan en su reversibilidad para mostrar la imposibilidad de un corpus sustancial, pertenecen al reino de lo inasible. Ya no es necesario internarse en una sala oscura ni activar un proyector de 35 mm. Desde cualquier habitación doméstica se puede percibir el mundo “reír y vivir, como cualquier estrella de televisión, es un fenómeno cotidiano. La cultura, como en los andamiajes de los cubos de Sol Le Witt, cambia de acuerdo con las necesidades de los públicos, aspectos que están transformando los modelos culturales. Para muchos estudiosos, el concepto de nación puede analizarse como pactos de lecturas, y sus integrantes como comunidades hermenéuticas de consumidores. Cada día la información y el conocimiento se dosifican y se amplían en forma de malla extensible, las cosas hay que decirlas rápidas, claras, y sin ningún tipo de complejidad intelectual. Todos quisiéramos modelar para las estatuas del reproductor, obtener aunque sea un instante de celebridad. Sentir una subjetividad que transcurre a partir del intimismo simulador, obsesionado por los aires de la notoriedad. ¡Qué emocionante cuando algún amigo te dice “Te vi en la televisión”, sólo que, en ese mismo instante, descubres que la aparición azarosa ante las cámaras develó la invisibilidad en que habías vivido hasta ese momento! Para el Reproductor la representación es lo hiperbólico, sólo se alcanza desde la transexualidad, él no es mujer ni hombre es sólo la apariencia de algo que no es real, lo que permite ser un cuerpo desde la misma superficie, la mascarada más tangencial. El trasvestismo es sólo la mejor opción para plantear las mutaciones más radicales y constatar “desde esta imagen” la opacidad del simulacro como los personajes Letal, de Pedro Almodóvar, y Joe Dallesandro, de Andy Warhol; pero prefiero, ahora, que el Reproductor me permita la celebridad que reclamaba haciéndole otra entrevista televisiva.