Entre franjas blancas
Entre franjas blancas
(autores Barbaro Miyares/ Salomé Cuesta)
…En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso… SARAMAGO, J., Ensayo sobre la ceguera. Ed. Alfaguara, 1998, pág. 9
Ella y yo, también dispuestos a recorrer el trayecto hasta la otra acera de la avenida, nos tomamos de la mano y juntos pisamos la primera franja. En la acera de enfrente sucedió casi lo mismo. Los peatones, lanzados a toda prisa a conquistar el otro lado de la calle, llevaban los ojos puestos en el semáforo. De ser un par de ejércitos a combatir, el encontronazo sería terrible. La primera olas de apresurados, fue seguida por un grupo de personas vestidas casi igual. Tanta uniformidad y aparatos de fotografía, evidenciaba que no eran de muy cerca. Dice Julio Cano Lasso que la ciudad no es simplemente una suma de edificios, comentó ella, mientras miraba inquieta los enormes edificios que, de un lado y de otro, bordeaban la amplia avenida, ¡Claro que es mucho más! Es un cosmos arquitectónico de orden superior, Puede que sí, Digo.. que un juego de interrelaciones históricas… y tal vez, topográficas…, Esta ciudad, ¿la conocías?, le pregunte un tanto distraído. Sí, pero no me refiero a ésta ni a ninguna otra, sino a la idea de ciudad: a ese puzzle abierto, dinámico y casi caótico, en el que es posible encontrar innumerables rastros que podrían llevarnos desde su fundación hasta las actuales proyecciones de la comunidad, Pero ¿te gusta?, ¡Tanto, lo que se ha llevado a buen término, lo destruido o restaurado, como lo proyectado y no construido, forman parte de la idea de ciudad que tengo!, me espetó con autoridad al tiempo que atravesábamos la segunda y tercera franja, en las que sinceramente yo había puesto toda mi atención. El grupo de personas vestidas casi igual, resultó ser de turistas asiáticos. Desordenadas y presurosas, las gentes cruzaban unas entre otras, cual un hormiguero. La primera franja del paso peatonal es una matriz que luego se repite hasta completar el paso de cebra, dije, movido por la curiosidad y la distracción que ello me suponía, Su sucesión forma también un puzzle ordenado y referencial, Es muy grande… y caótica, ¿Grande y caótica, con tan sólo dos metros por cuarenta centímetros?, Sí, aun maquetada, es caótica, Lo caótico no se percibe por ninguna parte, pero sí, que cada una de ellas es por igual un fragmento de la historia de este lugar… no como memoria, sino como realidades discontinuas y en transformación. Oiga, por favor, ¿Qué autobús podría tomar para ir hasta San Isidro?, pregunto, a toda prisa, una mujer de vestido oscuro y unas gafas enormes, Lo siento, no lo sé, dije, pero ya había desaparecido, sabe dios en que dirección. Apilado, el numeroso grupo de turistas asiáticos, se habían detenido en la medianera, y ajenos al ajetreo estresante de los capitalinos, comenzaron a disparar sus cámaras fotográficas. Por un momento se ilumino la avenida. La hilera de coches fue creciendo en una y otra dirección. Mientras tanto, volví a centrar la mirada en las franjas. La altura, exceptuando las imitaciones lihgt del estilo americano, es la justa, De altura nada, para mí son como seres en una segunda dimensión, Es muy lógico… desde arriba todo se ve aplanado y extendido… preso de la superficie en la que está enclavado… como una imagen, ¡Una imagen, es!, Sí, pero compleja, ¡Complejo, lo es todo!, Sin dudas, lo sé, De hacer desaparecer los edificios y monumentos, todas esas marcas formarían una figura gigantesca… un complicado dibujo sobre el pavimento oscuro, Pero, ¿qué dices? ¿Te interesa la ciudad en cuestión?, No, de ninguna manera. Sólo me interesa el paso de cebra. Digamos, que su continuidad… la temporalidad de su uso… lo sucesivo… su carácter como lenguaje, ¡porque eso sí, es un lenguaje! ¿no? De repente, se escuchó, no muy lejos, el sonido de una sirena que se abría paso entre los coches. Los cláxones sonaron frenéticamente. Era una ambulancia guiada por una de las motos de la policía. El parpadeo de la luz anaranjada se mezcló con el intenso blanco de los flashes de los turistas asiáticos, que no se perdían una. Ante la curiosa mirada de todos pasaron una y otra, y solo el sonido de la sirena ganó en protagonismo. Como casi siempre, nos quedamos sumidos en la incertidumbre de no saber si iba en busca o venia ya de vuelta con algún enfermo de muy seria gravedad. ¡No! No es un lenguaje ni un sistema de comunicación, sino una ordenación simbólica que refiere y regula las conductas, ¡Que prohibe! Sí, más o menos así, aunque, lo de que prohibe lo has dicho tu, Regular y prohibir es casi lo mismo… con la sola diferencia de que la primera politiza y la segunda radicaliza, ¡Ni las marcas viales, ni la ciudad, forman parte de un lenguaje! La ciudad es, en todo caso, un archivo que nos habla de sí mismo. Yo, particularmente, la identifico con la escritura, Entonces, con el lenguaje, ¿o no?, Pues, ¡no!, Muy bien, muy bien, dejémoslo ahí… Pero, por otro lado… ¿sirven como referencias que te hablan o remiten a alguna experiencia temporal?, ¡Sí!, claro está. En las ciudades se condensa el tiempo y los hechos: lo que está ahí y quienes han estado, Quieres decir, que nos remiten a su localización inmediata o temporalidad anterior, ¡Sí!, Así mismo es. Sin embargo, los pasos de peatones no recogen ni pueden hablar de la arquitectura construida o de la proyectada y no construida. Los pasos de cebras que rondan la Puertas de Alcalá, de ninguna manera podrían contarnos o mostrarnos por qué se levantó esta en sustitución de otra, o que Felipe III la mandó levantar con motivo de la llegada a Madrid de doña Margarita de Austria; ni un proyecto como el de aquel arquitecto que, a través de un complicado sistema de esclusas que entroncaban con el Tajo, intentaba conectar la capital de España con el Atlántico portugués; ni sobre aquella jarana que un general francés hizo a su homólogo español, cuando al entrar en la ciudad pidió un vaso de agua, del que tomó tan sólo la mitad y dijo que la otra le fuera regalada al Manzanares, haciendo alusión a su pobre caudal; ni aquel otro chiste, que decía que Madrid tenía mucho puente y poco río, refiriéndose en tono burlesco al orgullo pretencioso que los habitantes de la ciudad tenían de su riachuelo; y menos, sobre las Mayras, los canales subterráneos (viajes de agua), que, por razones topográficas y para abastecer de agua a la ciudad, se construyeron —y en esto el Manzanares tiene mucha culpa y mérito—, y que sin duda alguna, decidieron el nombre de esta ciudad que ahora llamamos Madrid. ¡Una cosa no tiene que ver con la otra!, Pero, ¿te gusta Madrid?, dije, entonces sobre la cuarta y quinta franja blanca, casi rozando la medianera donde se encontraban apilados los turistas asiáticos, que sin perder tiempo nos hicieron un sin fin de disparos fotográficos. Ser bueno, gracias… una moneda, por favor, dijo alguien con acento eslovaco, dirigiéndose a los turistas. El sonido de la sirena de la ambulancia, aunque apagado, todavía se escucha. Algún que otro desesperado conductor, pisa el acelerador, como queriendo restar buena parte del tiempo, que, ante el semáforo, ha de estar. Me gusta relacionar… establecer conexiones entre esas diversas realidades, que, estratificadas, componen la ciudad histórica y la historia de la ciudad… Y me gustaría, poder contrastarlo con eso que algunos han llamado la indiferenciación de las ciudades contemporáneas, ¿Te refieres a la ciudad tipo modelo único?, Sí, a la desintegración de la ciudad como ser histórico. Sonriendo e irónico, dije, Sería curioso ver la ciudad, —porque otros ya lo han imaginado—, diseminándose… soltando fragmentitos históricos por toda la península, ¿verdad?, ¡Sí, gracioso, y tú en uno de ellos!, ¿no?, Lo cierto es, que no estaría mal… un trocito en Pamplona… otro en Logroño… y hasta uno en Lepe, Yo prefiero la idea de la ciudad como un archivo o laboratorio, implicado en la dinámica de la comunidad, Pues, es bonita…, ¿Qué cosa? ¿Quién?, Eso que dices… la idea de la ciudad que contiene y que también fluye. Incluso, esquemáticamente, sería fácil de llevarla a cabo, de materializarla, ¿De qué manera?, Tal vez, entre otras cosas, fotográficamente… mezclando ilustraciones de distintas épocas… todo, una acumulación para ser proyectada gráficamente, Sí, puede ser, dijo, una vez cruzada la medianera, En la fotografía se produce una conjunción ilógica entre el aquí y el entonces, pero, en el dibujo y las ilustraciones, ¿sucede lo mismo?, No lo sé, ¿y tu?, Yo tampoco lo tengo muy claro… pero en el dibujo se realizan una serie de transposiciones reglamentadas, y la realidad se da claramente transformada; sin embargo, el registro fotográfico siempre implica haber estado allí, No necesariamente… hoy por hoy, ya no es del todo así. La persona con el acento eslovaco, se nos aproximó y repitió lo mismo, Ser bueno, gracias… una moneda, por favor. Como, segundos antes, había intuido que se nos acercaría, estaba preparado para mentirle, Lo siento, no tengo nada, dije, haciendo un alarde de búsqueda en mis bolsillos. Tú hablas de la imagen como consecuencia, comentó, sin apenas advertir que alguien se nos había acercado, y yo, del registro como un acto en sí, Pero bueno, retomando de la imagen: la multiplicidad de capas fotográficas, planos e ilustraciones, funcionaría como con el recuerdo… como estratos de la memoria, como vehículos de traslación, Posibilidades, les veo, Ahora, bien, ¿Qué pensarías, de encontrarte una serie de leyendas, imágenes y dibujos de la ciudad, en las franjas blancas de los pasos de peatones?, Dónde dices ¿en las franjas blancas?, ¡Sí! ¿Por qué no?, Registros textuales e impresiones de planos, ¿sobre una franja como ésta?, dijo, deteniéndose en una de las marcas blancas. ¡Sí! Pero no en una sola de ellas, comenté, arropándola hacia mí e incitándola a continuar avanzando, sino más bien, en todas las de un emplazamiento como este. ¡Permiso, por favor!, se oyó una anciana a nuestra espalda. ¿Para qué y cómo?, dijo ella, insistiendo en su detenimiento, Una inscripción hecha sobre una de estas franjas funcionaria como un texto en un libro: remitiéndonos a situaciones paralelas, anteriores e incluso futuras, ¡Éste no es el lugar más adecuado para mantener una conversación, reprochó la voz anciana!, Perdone usted, dije, sin prestarle atención y proseguí, Tal inscripción, siempre nos remitiría a alguna otra cosa o lugar… Pero, además… si está realizada con el mismo pigmento con el que se pintan dichas franjas, se establecería un juego de ocultamientos… como sucede entre memoria y recuerdo… Se establecería la relación ideal entre la ciudad y su memoria: entre la ciudad y su pasado, tal como ocurre en las mentes de las gentes, ¿Se percibiría bien una inscripción blanca sobre el blanco de la franja? Algunos que otros insultos, salidos de bocas desconocida, retumbaron en nuestros oídos. Movidos por las ordenes del guía, los turistas asiáticos, se alejaron en busca de otras miles de imágenes, ¡Sí! La suciedad del asfalto contrastaría ligeramente con la limpieza de los textos… incluso, esa dificultad de percepción facilitaría algo más interesante, facilitaría un encuentro inesperado con un pasaje, dato o historia, de la ciudad en cuestión, Con el uso habitual del paso de peatones ¿qué pasaría entonces?, Ocurriría, dije, al tiempo que el hombre verde del semáforo comenzó a parpadear y juntos apuramos el paso, que tan solo le añadiríamos otro más: el de contar algo alusivo a su historia. Una tautología para reafirmar, ¿no? ¿Cómo que tautología? ¿Dónde la hay? Bueno, en eso de la ciudad archivo… que cuenta y contiene… y lo de las franjas blancas… que pretenden archivar… y también contar lo que ya la ciudad ha contado o está contando. No, no se trata de tautología sino de niveles, de estratos que nos permitirían ofrecer una visión redimensionada del rostro, la memoria y la voz, de la ciudad. ¡Más que de una tautología, se trata de una abstracción… de una inmersión en lo macro, que nos envuelve a veces hasta cegarnos! Estarás de acuerdo conmigo, en que sobre el uso de las cosas, pensamos de manera dogmática y para nada democrática, ¿verdad? ¡Sí! Siempre decimos lo mismo: esto es para esto y aquello para aquello. Esencialmente, nunca llegamos a transgredir. ¿Por qué? Dijo, a unos pasos de la acera, No lo sé… tal vez, por incapacidad. Fue así, aun tomados de la mano, que nos detuvimos junto al semáforo y nos volvimos de cara hacia la acera de donde veníamos. Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente… ¿Volvemos a cruzar? Dijimos, entonces al unísono.